domingo, 28 de marzo de 2010

Sabias mezclas



Hope you enjoy it

domingo, 14 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

No, hoy no.

Hoy es uno (otro) de esos días en los que no merece la pena haberse levantado. Nada más abrir los ojos al viernes 12 de noviembre de 2010, escuché algo que me hizo querer volver a cerrarlos; Miguel Delibes está en estado crítico en el hospital, con 89 años y cáncer de colon. A las dos y media de la tarde supe que había muerto.

Hoy todo huele mal. La sala desde la que escribo está llena inundada del olor a sudor que se pega a las tapicerías de las sillas. La biblioteca huele a papel mojado. Las calles por las que acabo de caminar apestan a orina de niñatos borrachos de una botellona de ayer, y aún quedan botellas de ballantines desparramadas por la avenida. Las hojas empapadas de los arriates empiezan a descomponerse en materia orgánica fertilizante, y pestilente. El aire de la escuela está cargado de polvo de yeso, de ese que se pega a las mucosas de la nariz y te reseca. Las salas de estudio huelen a esfuerzos titánicos, a aburrimiento, a desesperación.

Me bloqueo. Me canso de estudiar, me canso de esta rutina espartana de 12 horas de actividad mental en la maldita Escuela Superior de Ingenieros, para que llegue a casa con más estrés del que salí, con más cosas que hacer, con más promesas de organizarme mejor, de cuidarme más, de cuidarle más, de salir más, de estudiar más... todas esas malditas promesas que todos los días por la mañana me hago y que por la noche ya han muerto, cuando desaparece mi dosis diaria de cafeína.

Y hoy, tocaba reventar. Cuando murió Benedetti también reventé. Qué tendrá la muerte de un artista, que me siento como si hubiera muerto un amigo, que me hunde el más reluciente de los días, el más prometedor de los viernes. Tengo a mi lado una botella de agua y la bebo como si estuviera llena de whisky, del ponche de los deseos de Michael Ende, y a cada trago, en vez de calmarme la sed del café con demasiado azúcar, me hace pensar en un deseo que quiero que se cumpla aquí y ahora. Hay demasiadas luces a mi alrededor, demasiado calor, el aire está enrarecido y lleno de humedad. Echo de menos el tiempo de aburrirme, el tiempo de no tener que pensar en nada y no sentirme culpable por ello. Necesito tiempo para dejar de pensar en que tengo que convertirme en una superwoman a la orden de ya. Un respiro, un descanso, algo que me borre del mundo durante un par de horas y me devuelva a él como si hubiera dormido varios eones.

Hoy no me trendría que haber levantado de la cama. Hasta él está enfadado conmigo, compartiendo mi hastío pero sin empatía. Me odio por no ser capaz, otra vez. No me rindo, pero me flaquean las fuerzas, me derrota el peso del mundo sobre mi espalda, vuelvo a andar enconrvada y a trastabillar con los tacones que hoy luzco en un vano intento de mejorar mi aspecto demacrado. Otra vez, ¿qué hago mal? ¿qué me falla, maldita sea? ¿qué me falta por darle a la vida, si se queda hasta con el último de mis alientos? Hay algo en mí que me dice que fallo en los principios, es mi parte bohemia. Aunque creo que ella tampoco va a arreglar nada. De qué me vale, en esta sala con un aire denso, pesado como el petróleo, agarrado a mis pulmones y que se niega a salir, y que también ayuda a encorvarme.

Me siento culpable de hacerle llorar. Pero ya ni eso puedo evitar. Se me resbala el bolígrafo de los dedos y no soy capaz de atinar ni una derivada parcial. No funciono bien cuando estoy triste. No funciono una mierda cuando estoy triste.

Será mejor que lo deje antes de que no pueda distinguir las letras de la pantalla.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Oda al olor a tigre

Le declaro la guerra al desodorante. Asfixiador de poros, inhibidor de personalidad, verdugo del erotismo mas primitivo y refinado. Malicioso cilindro metálico relleno de dióxido de carbono y alquimia pestilente, ya sea a algo que llaman flores, a algo que llaman mar o a lo que se supone que tienen que oler los hombres. ¡¡MENTIRA!! ¿quién fue el idiota que dijo que el olor corporal no es una maravilla olfativa, sino que además osó decir que era obligado ocultarlo? Seguro que fue el mismo que dijo que las arrugas afean la cara o que el vello corporal solo está para ser arrancado. Maldito amargado, maldito sea. No sabe que los bebés reconocen a su madre por el olor, o se olvidó el olor magnífico de una mujer (hombre) sudando entre sus piernas. Pobre...

¿Alguien, de verdad, odia tanto su propio perfume como para asesinarlo todas las mañanas? ¿No os parece lo suficientemente higiénico y depurador eliminar todos los olores acumulados durante el día en una ducha, limpiar y empezar de nuevo, como para necesitar además esa garantía de inodora pureza? ¿No os conformáis con retocarlo a placer con olores artificiales, sino que tenéis que inhibir el original?

¿Alguien se ha parado a pensar la importancia de su olor? El olor es la vía de transmisión de la segunda impresión que se recibe de una persona (después de su aspecto físico). sería capaz de reconocer a mucha gente sólo oliéndola. Los hay que huelen a leche con miel, a fruta madura, a nardos, a hojas mojadas, a tierra, a frutos secos... ¿quién prefiere perderse eso a cambio de oler a detergente?

Aplaudo cuando no te da tiempo a ducharte antes de venir. Sonrío cuando me dices que lo sientes. Sonrío otra vez cuando me dices que has tenido un día agotador. Adoro quitarte la camiseta y encontrarme sumergida de golpe en olor a tigre. No entiendo ese pudor al apretar los brazos contra tu cuerpo, ¡ingenuo! No te empeñes en intoxicarme con olores a hombre de bote. No existe un olor como el tuyo. No pretendas excitarme con otro, no hay nada como ese perfume (sobre)humano que se pega a tu esternón y me indica el camino a seguir, adherido a tu vello como miel, y yo soy la hormiga golosa.

Idiotas, blasfemos, ignorantes aquellos que no saben hundir la nariz en una cabellera, en el pliegue de un codo, en una mata de vello púbico, e inhalar ruidosamente, tan despacio y profundamente como me permitan mis pulmones, como si se disfruta una copa de whisky caro: hay gente que dice que es asqueroso, pero es sólo porque nunca lo han probado como si fuera un placer.

Y tus matices... Cada persona, al igual que no tiene el iris del mismo color uniforme, tiene su propio abanico de olores: no huele igual la nuca que las muñecas, ni la corva (la parte de atrás de las rodilla), ni la parte baja de la espalda. Y no te empeñes en unificar tu mundo olfativo con una nube tóxica. Deja que me excite yo sola con tu olor, que me pegue a tu cuerpo para que no se escape ni una gota, que me vaya de safari por esos derroteros olorosos hasta que me desgaste las pituitarias.


Te prometo que un día te escondo el desodorante.


"Al mismo tiempo iba sorbiendo sin pausa las fragancias nobles. Tras la botella del perfume de la esperanza, descorchó una del año 1744, llena del cálido aroma de madera que flotaba ante la casa de madame Gaillard. Y después de esta bebió una botella de aromas de una noche de verano, impregnados de un denso perfume floral, recogido en el lindero de un parque de Saint-Germain-des-Prés en el año 1753.

Se hallaba ahora saturado de olores y sus miembros se apoyaban cada vez con más fuerza en los almohadones. Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente y, sin embargo, aún no había llegado al final de la orgía. Sus ojos ya no podían leer, hacía rato que el libro le había resbalado de las manos, pero no quería terminar la velada sin haber vacíado la última botella, la más espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue de Marais...

La bebió con recogimiento, después de sentarse para este fin muy erguido en el canapé, aunque le costó hacerlo porque el salón púrpura oscilaba y daba vueltas a su alrededor con cada movimiento. En una posición de colegial, con las rodillas y los pies muy juntos y la mano izquierda sobre el muslo izquierdo, así bebió el pequeño Grenouille la fragancia más valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso, y se fue entristeciendo cada vez más. Sabía que bebía demasiado; sabía que no aguantaba lo bueno en tanta cantidad y, no obstante, bebió hasta vaciar la botella. Avanzó por el pasaje oscuro de la calle hasta el patio interior. Se acercó al resplandor de la vela. La muchacha estaba sentada, partiendo ciruelas amarillas. A lo lejos explotaban los cohetes y petardos de  los fuegos artificiales..."

El perfume (Das Parfum, die Geschichte eines Mörders),

Patrick Süskind.

domingo, 21 de febrero de 2010