miércoles, 10 de marzo de 2010

Oda al olor a tigre

Le declaro la guerra al desodorante. Asfixiador de poros, inhibidor de personalidad, verdugo del erotismo mas primitivo y refinado. Malicioso cilindro metálico relleno de dióxido de carbono y alquimia pestilente, ya sea a algo que llaman flores, a algo que llaman mar o a lo que se supone que tienen que oler los hombres. ¡¡MENTIRA!! ¿quién fue el idiota que dijo que el olor corporal no es una maravilla olfativa, sino que además osó decir que era obligado ocultarlo? Seguro que fue el mismo que dijo que las arrugas afean la cara o que el vello corporal solo está para ser arrancado. Maldito amargado, maldito sea. No sabe que los bebés reconocen a su madre por el olor, o se olvidó el olor magnífico de una mujer (hombre) sudando entre sus piernas. Pobre...

¿Alguien, de verdad, odia tanto su propio perfume como para asesinarlo todas las mañanas? ¿No os parece lo suficientemente higiénico y depurador eliminar todos los olores acumulados durante el día en una ducha, limpiar y empezar de nuevo, como para necesitar además esa garantía de inodora pureza? ¿No os conformáis con retocarlo a placer con olores artificiales, sino que tenéis que inhibir el original?

¿Alguien se ha parado a pensar la importancia de su olor? El olor es la vía de transmisión de la segunda impresión que se recibe de una persona (después de su aspecto físico). sería capaz de reconocer a mucha gente sólo oliéndola. Los hay que huelen a leche con miel, a fruta madura, a nardos, a hojas mojadas, a tierra, a frutos secos... ¿quién prefiere perderse eso a cambio de oler a detergente?

Aplaudo cuando no te da tiempo a ducharte antes de venir. Sonrío cuando me dices que lo sientes. Sonrío otra vez cuando me dices que has tenido un día agotador. Adoro quitarte la camiseta y encontrarme sumergida de golpe en olor a tigre. No entiendo ese pudor al apretar los brazos contra tu cuerpo, ¡ingenuo! No te empeñes en intoxicarme con olores a hombre de bote. No existe un olor como el tuyo. No pretendas excitarme con otro, no hay nada como ese perfume (sobre)humano que se pega a tu esternón y me indica el camino a seguir, adherido a tu vello como miel, y yo soy la hormiga golosa.

Idiotas, blasfemos, ignorantes aquellos que no saben hundir la nariz en una cabellera, en el pliegue de un codo, en una mata de vello púbico, e inhalar ruidosamente, tan despacio y profundamente como me permitan mis pulmones, como si se disfruta una copa de whisky caro: hay gente que dice que es asqueroso, pero es sólo porque nunca lo han probado como si fuera un placer.

Y tus matices... Cada persona, al igual que no tiene el iris del mismo color uniforme, tiene su propio abanico de olores: no huele igual la nuca que las muñecas, ni la corva (la parte de atrás de las rodilla), ni la parte baja de la espalda. Y no te empeñes en unificar tu mundo olfativo con una nube tóxica. Deja que me excite yo sola con tu olor, que me pegue a tu cuerpo para que no se escape ni una gota, que me vaya de safari por esos derroteros olorosos hasta que me desgaste las pituitarias.


Te prometo que un día te escondo el desodorante.


"Al mismo tiempo iba sorbiendo sin pausa las fragancias nobles. Tras la botella del perfume de la esperanza, descorchó una del año 1744, llena del cálido aroma de madera que flotaba ante la casa de madame Gaillard. Y después de esta bebió una botella de aromas de una noche de verano, impregnados de un denso perfume floral, recogido en el lindero de un parque de Saint-Germain-des-Prés en el año 1753.

Se hallaba ahora saturado de olores y sus miembros se apoyaban cada vez con más fuerza en los almohadones. Una embriaguez maravillosa le nublaba la mente y, sin embargo, aún no había llegado al final de la orgía. Sus ojos ya no podían leer, hacía rato que el libro le había resbalado de las manos, pero no quería terminar la velada sin haber vacíado la última botella, la más espléndida: la fragancia de la muchacha de la Rue de Marais...

La bebió con recogimiento, después de sentarse para este fin muy erguido en el canapé, aunque le costó hacerlo porque el salón púrpura oscilaba y daba vueltas a su alrededor con cada movimiento. En una posición de colegial, con las rodillas y los pies muy juntos y la mano izquierda sobre el muslo izquierdo, así bebió el pequeño Grenouille la fragancia más valiosa de las bodegas de su corazón, vaso tras vaso, y se fue entristeciendo cada vez más. Sabía que bebía demasiado; sabía que no aguantaba lo bueno en tanta cantidad y, no obstante, bebió hasta vaciar la botella. Avanzó por el pasaje oscuro de la calle hasta el patio interior. Se acercó al resplandor de la vela. La muchacha estaba sentada, partiendo ciruelas amarillas. A lo lejos explotaban los cohetes y petardos de  los fuegos artificiales..."

El perfume (Das Parfum, die Geschichte eines Mörders),

Patrick Süskind.

1 comentario:

  1. No hay mejor olor que arrope el sueño de aquél que ha gozado contigo, que el olor que en las sábanas dejas, cuando la luna apenas ha caído

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