jueves, 13 de agosto de 2009

Mordiendo el polvo

Me da rabia no poder prometerme a mí misma no echarte nunca más de menos. Hace demasiado poco, por ejemplo, estuve chocándome contra las paredes porque me apetecía irremisiblemente un abrazo tuyo. Sé que esos abrazos nunca podrán volver a repetirse: yo ya he perdido la inocencia y tú nunca me volverás a querer. Asia y Allan están muertos, criando malvas cada uno por su lado: él descansa probablemente en una isla del Pacífico mientras que ella se introdujo vía intravenosa una dosis de morfina al 80% de pureza. 

Y esto es lo que me queda. Un despecho, una canción de María Jiménez (Ora pro nobis) y un par de autores, un par de pelis y un par de músicos apartados de mi vida por traerme demasiados recuerdos. Cortázar (es como si me lo leyeras al oído), Onetti, Alanis Morissette, Jethro Tull, Extreme. 

La anterior entrada era una declaración de intenciones. No puedo prometer que no vuelva a llorar (aunque casi), aunque por supuesto que no esondía un ojalá ni un ganas de tí. Sólo busco maneras de olvidarte, de esconderte en una esquina y dejar que Lina te llame en paz Sensei. Tierra por encima, que no me pese más esa certeza de que he quedado como una anécdota tierna, como la que os presentó, como una niña que escribía cosas bonitas pero no sabía lo que hacía. No me quitaste un peso de encima aquél 8 de junio, como afirmaste. Me rompiste las alas, me colgaste de los tobillos dos bloques de granito con tu nombre. Sigo sin saber porqué, porqué dejaste de quererme en dos días, porqué decidiste echarme de tu vida. Espero, al menos, que seas más feliz así. Y si no lo eres, lo siento en el alma, pero tu mente científica te prohibe dejarte llevar por un corazón loco. 

Hasta ese único lugar que teníamos como absolutamente nuestro ha desaparecido. Ya no te representa. Todo eso ha muerto. No me creo que lo guardes, no creo que te importe en lo más mínimo ahora mismo. No creo que te acuerdes de aquellos abrazos, de aquellas sonrisas tiernas, de cuánto me gustaba acariciarte las manos. Ya no creo que yo misma sea inolvidable, creo que ya me has olvidado. Ya ni me sorprendería que me dijeras que nunca estuviste realmente enamorado de mí, a pesar de tantas palabras hermosísimas que aseguraban lo contrario y que seguro que tampoco recuerdas. O que seguro que ahora te arrepientes de decir. ¿Y de cómo se me enrojecían las mejillas cuando me regalabas alguna caricia destrangis? ¿Y cuando me escribiste que mi sonrisa era un regalo, sin exagerar? C'est payé, balayé, oublié...

En fin, payé, oublié, ya no queda Asia que te quiera ni María que sueñe despierta. Me queda un regusto amargo, certezas y no tan certezas y una bonita herida por bandera. 

Tengo cosas mucho mejores que hacer que quererte. Y tú, no lo dudo.

Ciao, bello



1 comentario: